El rincón de Leodegundia

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sábado, noviembre 29, 2008

Almas inquietas

En el mundo existieron y existen todavía personas que no se conforman con su entorno, que sienten la necesidad imperiosa de saber que hay más allá del horizonte y que no les importa ni el cansancio, ni las malas condiciones de vida, ni los peligros que en sus viajes puedan encontrar. Gracias a ellas podemos conocer prácticamente todos los rincones de la tierra, su fauna, su flora, los ríos, las montañas, los pueblos que los habitan y sus costumbres, cosas que de otra manera muchos de nosotros ni nos imaginaríamos.

Muchas de estas personas son muy conocidas como por ejemplo Marco Polo, Magallanes, Henry Hudson, James Cook, Cristóbal Colón o Roals Amundsen por citar algunos, pero hay otros que ni son famosos ni quisieron serlo nunca como Amado Osorio y Zabala que no era amigo de figurar y que cuando regresó del occidente africano se negó a que su retrato figurara en la prensa de la época ni a relatar su vida, por lo que sólo se llegó a publicar que era médico y asturiano. Sin embargo yo creo que merece la pena conocerlo pues su vida fue lo suficientemente rica e interesante como para dedicarle un artículo.

Nació en Vegadeo un 6 de septiembre, no se sabe con exactitud el año ya que dependiendo de la fuente que se tome pudiera ser el 1851, 1852 o incluso 1858. Pasa allí sus primeros años hasta que le llega la hora de comenzar el bachillerato, para lo que se traslada a Lugo. Acabado este decide estudiar medicina cursando los dos primeros años en Santiago de Compostela, trasladándose luego a Madrid en donde termina la carrera especializándose primero en dermatología y más tarde en oftalmología.

Regresa a Vegadeo en donde es nombrado médico titular, pero este puesto le dura poco pues su forma de ejercer la medicina y su forma de vida no convencen a los gobernantes del pueblo a pesar de que la gente lo quería por la atención que prestaba a los enfermos, sobre todo a los más necesitados, pero la ignorancia de algunas personas lograron que se le empezara a ver como a un personaje un tanto raro. Cosas que hoy en día se ven como normales como por ejemplo dedicar muchas horas al estudio de otros idiomas, ser vegetariano, recetar preparados con hierbas o dar largos paseos en solitario, en Vegadeo no se entendieron bien y su alcalde, Indalecio Arango y Barja, quizás el más escandalizado de todos, lo destituyó de su puesto y para ser más contundente y dejar claro que salirse de lo establecido no era recomendable, no dudó en cerrar la botica de Flórez, amigo de Amado, que era el que preparaba los potingues de hierbas.

Quizás a Amado no le importó demasiado pues llevaba tiempo dándole vueltas a una idea: viajar y explorar el misterioso continente de África. Intensificó más los estudios de idiomas llegando a dominar el francés, el italiano, el inglés, el alemán y el árabe. Se puso en contacto con sociedades inglesas de exploradores y éstas le ofrecieron incorporarse a las expediciones de África pero con una condición, tenía que convertirse en ciudadano inglés cosa que a Osorio no le gustó nada y sacando esa vena patriótica que a todos los españoles nos sale de vez en cuando, dijo que para sufrir privaciones y peligros no necesitaba ser inglés y si en sus expediciones conseguía la gloria se la ofrecería a su país.

Esto le llevó a tener que pagarse prácticamente los gastos del viaje de su bolsillo ya que al formarse la Sociedad de Africanistas y Colonistas en Madrid se abre una suscripción popular que encabeza el rey Alfonso XII con 7.000 pesetas y Osorio entrega 5.000. Se pide a Manuel de Iradier que lidere la expedición a África occidental por tener experiencia en estas lides y aunque parece que en un principio no tenía intención de que le acompañara nuestro protagonista, al final y obligado por la Sociedad, no le queda más remedio que aceptarlo en calidad de médico y por sus conocimientos de varios idiomas.


El día 1 de Agosto de 1884 salen de Cádiz con dirección a Canarias pero tienen que retroceder hasta Madeira en donde embarcan con rumbo a Fernando Poo, viaje largo, pesado, con demasiadas escalas y mala comida que dura dos meses y cuando por fin llegan se encuentran con que los alemanes, ingleses y franceses andan revoloteando por la zona disputándose los territorios, así que a ellos sólo les queda la desembocadura del río Muni, se embarcan en un vapor y se adentran en el Muni y luego en el Noya pasando a continuación al río Utamboni, al regresar, Iradier cae enfermo de fiebres y regresa a la península. Osorio se queda y repite la expedición esta vez acompañado por el gobernador Montes de Oca, y como él mismo dijo: “El viaje que hice en compañía del Sr. Montes de Oca abraza toda la región extendida desde el valle superior del río Noya hasta el mismo curso del Benito”.

A Montes de Oca le sucede lo mismo que a Iradier y Osorio se ve de nuevo sólo cosa que no le hizo desistir, así que emprende su tercer viaje, embarca en la isla de Elobey llegando hasta Bata y desde allí se dirige a pie siguiendo la costa hasta la desembocadura del río Campo, siguiendo luego el curso de este río hasta encontrar el río Benito. A su regreso aportó una gran colección de objetos que todavía hoy se pueden ver en el Museo Etnográfico de Madrid. Dio una conferencia en la que relató de forma minuciosa llena de detalles sobre los pueblos que habitaban en la zona como los tatuajes que empleaban, la medicina natural, la alimentación, la poligamia, detalles que dijo escribiría en un libro pero del que no se tiene noticia de si fue escrito.

Terminados estos recorridos por el África occidental, decidió que no era suficiente, así que se embarcó de nuevo para recorrer el continente americano durante unos tres años y a su vuelta en 1893 se encuentra con que España estaba en guerra con Marruecos, y se ofrece como médico de campaña. En 1896 vuelve a ofrecerse como médico esta vez en el batallón de voluntarios del Principado de Asturias en la guerra de Cuba donde exige estar en el frente para atender más rápidamente a sus compañeros. En 1901 le llaman para formar parte de la comisión oficial para la demarcación de límites de las colonias de Muni y luego lo nombran miembro de la comisión de reformas del golfo de Guinea.

Con tanto correr de un lado para otro no había tenido tiempo de casarse, pero gente tan activa como esta siempre encuentra tiempo para hacerlo y aunque ya era un poco mayor, unos cincuenta años, se casa con Josefa Rodríguez, una viuda que tenía un hijo, Pepito Arriola, pianista famoso. Se instala la familia en Berlín dedicándose entonces Osorio a acompañar al pianista en sus giras por Europa y América. De este matrimonio nacen dos hijas, Pilar y Carmen.

En 1917 emprende su último viaje, quizás el único que no deseaba hacer pero para el que todos tenemos billete sacado desde que nacemos. Quizás fue la única manera de que dejara aparcadas las maletas, esas que siempre tenía preparadas para acompañarle a cumplir su sueño, el de trotamundos empedernido.

domingo, noviembre 16, 2008

La receta

Os acordaréis que cuando escribí sobre el jarabe de arce dije que tal vez un día me decidiera a usarlo como ingrediente en una de las recetas, pues bien, por fin me decidí y lo utilicé. La receta no la inventé yo, la copié de una revista y mi aportación sólo fue cambiar uno de sus ingredientes, la miel, por el jarabe.

La receta original tenía por título “Solomillos de cerdo agridulce con pistachos”, pero en honor a esa tierra productora del jarabe de arce y aceptando la idea de mi hermana, decidí ponerle el título de “Solomillos de cerdo a la quebequense”.

Os puedo decir que fue un éxito y que la repetiré pues les gustó a todos, así que a continuación os pongo la foto del resultado del experimento y por supuesto la receta por si vosotros también queréis hacerla.

Solomillos de cerdo a la quebequense



Ingredientes:

2 solomillos de cerdo
4 mandarinas
1 loncha gruesa de jamón de York
4 cebolletas
4 cucharadas de jarabe de arce
1/2 vaso de vino blanco
2 cucharadas de pistachos
Aceite de oliva virgen, sal y pimienta negra.

Preparar los ingredientes:

Cortar las cebolletas en juliana.
Cortar en dados pequeños el jamón
Escaldar los pistachos para poder quitarles la piel y picarlos en trocinos pequeños.
Limpiar los solomillos, atar y cortar en medallones gruesos y salpimentarlos.
Pelar dos mandarinas y separarlas en gajos.
Exprimir las otras dos, colar el zumo y mezclarlo con el jarabe de arce y el vino blanco.

Una vez que tenemos preparados todos los ingredientes pasamos a confeccionar la receta.

Calentar el aceite en una cazuela y freír la cebolleta y los dados de jamón. Dejarlos pasar revolviendo de vez en cuando hasta que se doren.

Añadir los medallones de solomillo y dorarlos por ambos lados.

Regar con el preparado de zumo, jarabe y vino.

Incorporar los gajos de mandarina y los pistachos picados.

Dejar pasar todo hasta que la carne esté tierna.

Yo los acompañé con unas patatinas cocidas, pero también se podría hacer con arroz blanco, ensalada, puré blanco o patatas fritas, eso al gusto de cada uno.

¡Buen provecho!

domingo, noviembre 09, 2008

Trifulca en la catedral

Se podría pensar en un principio, que personas cuya misión es dar a conocer la palabra de Dios trabajarían unidos codo con codo para lograr su fin, pero no siempre es así, a veces, en lugar de codo con codo lo hacen a codazos y eso es lo que pasó hace ya tiempo en la catedral de Oviedo

Corría el año 1568 y se acercaba la Semana Santa, tiempo de recogimiento para los creyentes y tiempo también de tremendos sermones con los que se intentaba concienciar a los feligreses de que debían arrepentirse de sus pecados para poder alcanzar el cielo eterno.

Pero en la ciudad no reinaba la paz entre el obispo y la comunidad dominica de los Padres Predicadores. Sus desavenencias y roces eran tan frecuentes que eran numerosas las denuncias y pleitos, siendo la última la mas problemática pues los frailes decían tener derecho a predicar en la catedral y el obispo no estaba de acuerdo. Se recurrió a la Cancillería de Valladolid que dio la razón a los frailes, cosa que les puso la mar de contentos pero que al obispo de Oviedo le importó un rábano tal fallo y siguió en sus trece de que en la catedral no predicarían los frailes.

A todas estas, entre que si predico y que no predicas, llegó el Jueves Santo día en el que se da el primer sermón llamado del Mandato y los dominicos, envalentonados ellos por el fallo favorable de Valladolid nombran nada más y nada menos que a fray Diego de Escalante, personaje al parecer bastante insensato y exaltado, para pronunciar el sermón ese día. Para ello se presentaron muy ufanos en la catedral acompañados del escribano Gabriel de Hevia para que diera testimonio del privilegio que les había sido concedido de predicar allí. Quizás era tanta su euforia que olvidaron por un momento con quien tenían que vérselas, nada más y nada menos que con el obispo Juan de Ayora, personaje con fama merecida de duro e inflexible que no admitía que nadie le llevara la contraria en ninguna de las decisiones que él tomaba con respecto a lo que se hacía en la catedral.

La catedral estaba abarrotada, pero el silencio era total quizás sobrecogidos por el ambiente un tanto tétrico producido por las colgaduras negras que cubrían los altares y la pobre iluminación de las velas. Y allí me va el fraile lleno de arrogancia caminando por el pasillo central camino del púlpito sabedor de la expectación que producía en los fieles que llenaban el templo. Comenzó a subir la escalera repasando mentalmente las palabras con las que comenzaría el sermón que llevaba bien preparado sin pensar ni por un momento que nunca llegaría a pronunciarlas ya que el cotilla de turno, siempre hay alguien dispuesto a llevar las noticias de un lado a otro, se había dirigido al palacio del obispo para contarle lo que estaba pasando.

Enterado este de lo que se preparaba en la catedral, no perdió tiempo y haciéndose acompañar de familiares y servidores salió disparado, cruzó el claustro y entró en la catedral como un huracán que no presagia nada bueno. El escribano intentó frenarlo para leerle el derecho que asistía al fraile, pero fue apartado a un lado sin ningún miramiento mientras el obispo dio orden a sus criados de que bajasen del púlpito al fraile sin andarse con remilgos, orden que fue cumplida a toda velocidad ante el asombro de los feligreses que contenían la respiración intentando no perderse nada de lo que estaba sucediendo.

El alguacil del obispo y el paje agarraron las vestiduras del fraile y lo arrastraron escaleras abajo y como él se resistía, acabaron por rasgarse los hábitos quedando en un momento cubierto sólo de jirones de tela, y no sólo el hábito salió mal parado, el fraile recibió numerosos puñetazos y alguna que otra patada haciendo una bajada de escaleras espectacular. Cuando pasó la primera sorpresa los que habían acompañado al fraile se metieron de lleno en la pelea y el alboroto fue monumental, pero el obispo no cedió y se llevaron preso al fraile.

Entre los feligreses se produjeron variadas reacciones, unos de espanto por lo que consideraban un sacrilegio, otros tomando partido por el fraile al que creían con derecho a predicar en ese lugar, otros a favor del obispo al que consideraban dueño y señor de la catedral y otros quizás encantados con todo aquel lío porque se libraban de un sermón sobrecogedor y amenazante que les dejaría el ánimo amedrentado para todo el día por la promesa de tremendos castigos que sufrirían en el infierno si no dejaban sus pecadillos, esos que les hacían la vida tan grata a veces.

Cuando Escalante pudo huir de su encierro, escribió un memorial dando su versión de lo acontecido que más o menos decía así: «Echáronme sus criados del púlpito abajo, quitáronme el hábito, rompiéronme la cinta, rompiéronme la saya o túnica, truxiéronme delante todo el pueblo por espacio de media hora por la Iglesia Mayor, dándome muchos golpes, llamándome muchas infamias y luterano; lleváronme preso el Provisor y criados del Obispo, asido de pies y manos, como si fuera muerto; tendiéronme en un corredor; manda el Provisor cerrar las puertas; díceme allá a solas grandes injurias, manda traer unos grillos, métenme en un cerrado estrecho... cierran por defuera muy bien; consultan fuera no sé qué; quedo con temor que me pondrán la vida en peligro: era tanta la fatiga que tenía que por muy gran espacio no podía alcanzar huelgo... Con el temor que me matarían, quité los grillos, salté por una ventana sobre un tejado, sin capa y sin zapatos y sin cintas: la ventana estaba del suelo en alto, diez o doce brazas poco más o menos: vióme gente mucha sobre el tejado; concurrieron dando voces no me echase del tejado abajo: quité las tejas y techumbre e hice un agujero: bajéme a un desván, salí ansí por la puerta, vino mucha gente conmigo, acompañándome no me tornase a coger la gente del Obispo... Lloraban de compasión de ver tan mal tratamiento», etc.

No se, porque no encontré más documentación sobre el tema, en que habrá terminado este lío, pero de lo que no me cabe la menor duda es que en Oviedo nunca se vivió otro Jueves Santo con menos recogimiento y no hay duda de que esta trifulca dio para muchas jugosas conversaciones tanto en las casas, como en las plazas, como en las tabernas, llegando hasta nuestros días para que sirva de tema en esta tertulia.