Apodos reales
Me pareció interesante rescatar algunos de estos apodos que quizás recordaréis. Empezaré por Sancho I El Craso, rey de León, está claro que lo de Craso le venía por lo gordo que estaba y lo estaba tanto que ni siquiera se podía subir a un caballo cosa muy denigrante en la época que le tocó reinar (955 a 965) en plena reconquista, ya que los reyes entonces tomaban parte encabezando las batallas y los leoneses encontraban ridículo que un rey que no podía montar a caballo pretendiera gobernar a los nobles. Pero Sancho no estaba solo, tenía una abuela que miraba por él, Tota era su nombre y debía de ser de armas tomar porque viendo como estaban las cosas de mal para su nieto que además de gordo tenía que vérselas con Ordoño IV El Malo que le quitó el trono, sacó billetes para viajar a Córdoba y allá se fueron los dos intentando arreglar esos asuntillos, pedir ayuda para recobrar el trono y lograr, por medio de los médicos árabes que su nieto se quedara hecho un figurín. ¡Lo que no consiga una abuela!, ambas cosas fueron un éxito aunque poco le duró a nuestro Sancho porque con motivo de celebrar el fin de una rebelión en Galicia le ofrecieron un festín y él que fue comedido y de postre decidió tomarse sólo una manzana, mira por donde, estaba envenenada, así que fin de Sancho y su reinado. ¡Para que luego digan que la fruta es buena!.
Sigamos ahora con Sancho II Garcés Abarca, rey de Navarra. En este caso, el apodo está bien claro que se refiere a un tipo de calzado de cuero que cubre la planta de los pies y que tiene un reborde en el que se hacen unos agujeros por donde se pasa una cuerda o tiras también de cuero para atarlos sobre el empeine y el tobillo y que era utilizado por los pastores. Lo que ya no está tan claro es el por qué se le apodó así, yo al menos encontré dos versiones, en una dice que un caballero encontró al rey de Navarra García Iñiguez que fue muerto por los moros lo mismo que su esposa la reina Urraca Jiménez que estaba embarazada y próxima a dar a luz y que viendo el caballero que por una herida del vientre de la reina salía una mano del niño, lo sacó y reanimó llevándoselo consigo, le dio el nombre de Sancho y lo tuvo oculto en las montañas hasta que fue proclamado rey y como se presentó vestido de pastor y calzado con abarcas, así se le apodó.
Otra versión dice que encontrándose el rey al otro lado de los Pirineos, los moros atacaron Pamplona confiados en que como era invierno resultaría muy difícil al rey poder regresar para socorrerla, pero este recordó que los pastores calzando abarcas no tenían dificultades para caminar por las montañas en invierno, así que calzó a todos sus soldados con ellas y llegó a tiempo para socorrer a la ciudad derrotando a los moros y de ahí el apodo.
En Navarra también tenemos a García II El Temblón, llamado así porque temblaba al entrar en batalla, no por miedo, si no por ardor e impaciencia.
Y ahora pasaremos al reino de Castilla y León para encontrarnos con otro rey con apodo, Fernando IV El Emplazado. Este rey heredó la corona de su padre en una época difícil y siendo aún niño, por lo que estuvo bajo la regencia de su madre María de Molina con la que a decir verdad no se portó demasiado bien, pero esa es otra historia. Al llegar a la mayoría de edad hizo la guerra a los moros apoderándose de Gibraltar logrando que Mohamed, rey de Granada, se reconociese vasallo suyo. Pero entre guerra y guerra con los moros, sucedió que alguien asesinó a Don Juan de Benavides, favorito del rey, cuando salía del palacio real en Palencia y se acusó a los hermanos Carvajal, aunque hay quien dice que primero el rey había encargado a Benavides que matara a los Carvajales y que estos lo único que hicieron fue defenderse y en la refriega fue Benavides el que pasó a mejor vida. Fue tal el odio que Fernando IV tomó a estos hermanos que mandó les prendieran y como castigo no se le ocurrió nada mejor que mandar despeñarlos desde el Peñón de Martos, en Jaén, pero estos hermanos que además de declararse inocentes de la muerte de Benavides, eran un tanto respondones, emplazaron al rey al tribunal de Dios diciendo que en el término de treinta día, el rey moriría.
¿Casualidad?, ¿alguien se aprovechó del emplazamiento dictado? o ¿acaso son efectivos estos emplazamientos al tribunal de Dios?, este no es el único de la historia. El caso es que justo a los treinta días el rey se fue a dormir la siesta y ya no despertó, siguió a los hermanos Carvajal en su viaje al otro mundo.
Otros muchos reyes con apodo quedan en la lista, como Carlos II El Hechizado, Fernando VI El Justo o Fernando VII El Deseado, que mejor no lo hubiera sido tanto por el mal resultado que dio. Y las reinas tampoco se libraron de esta costumbre, no olvidemos a Isabel La Católica, a Juana La Loca o a Isabel II llamada “La reina de los tristes destinos”.